miércoles, 11 de marzo de 2009

Tenerife-Madrid-Chicago-Fargo


Ya he ido. No se me ha resistido. Hablo de Estados Unidos: hice mi maleta, embarqué en tres aviones y volé. Lo que se me resistió fue Tenerife, porque regresar llegó a parecer una idea milagrosa por momentos, porque perdimos (mi productora asociada, María, y yo) uno de los aviones y la cadena se rompió: perdimos el siguiente, etcétera. Así que tuvimos que volver por Londres y demás... No sé cuántas veces tuve que quitarme el cinturón, llaves, móvil... y las botas a lo largo de los diferentes trasbordos. Llegué a fantasear con la idea de quitarme toda la ropa, de desnudarme completamente para pasar bajo el detector de metales. Sólo como forma de llamar la atención, irónicamente, sobre unas prácticas que nos hacen quedar a todos como delincuentes. Pero no lo hice. Porque no habría podido salir del país de las estrellas. Alguno de esos guardias de seguridad obesos me habría retenido y me habría introducido algo por el ano. ¿No es lo que dicen que hacen esos guardias?
El caso es que fui a Fargo, al pequeño festival de cine donde nos dieron el primer premio de ficción. ¿Y qué puedo decir? Pues que conocí a una gente absolutamente maravillosa. Quizás es que tienen tanto frío que hacen todo lo posible por mantenerse cálidos por dentro. Así que todo lo que puedo decir de los americanos es que han sido tremendamente hospitalarios con nosotros y se han deshecho en atenciones. No lo merecíamos, pero ellos estuvieron ahí.
El capítulo del inglés es un capítulo más largo. Siento una necesidad imperiosa de tomar lecciones de diálogo, porque si bien con el acento british me arreglo mal que bien, con el americano me vuelvo loco. Debo decidir entre tomar clases de guitarra o de inglés este año. Porque la economía de un guionista de televisión no lo puede abarcar todo. Hasta que haga un largometraje. ¿En Fargo, quizás?